Rubia, ojos azules, labios gruesos y rojos. Rebelde, delgada, piernas largas. Juntos, eran intensidad y vida. Vida. En el día eran seducción fina, pura coquetería; en la noche eran pasión explosiva, colisión de universos. Eran sexo oral y literario. Un amor de colegio que maduró de la mano, junto a las risas adolecentes en medio de la transición intelectual y anatómica de sus seres. Le gritaban al mundo, le enseñaban al mundo, aprendían solo del pasado. Sabina, Cabral y Serrat orquestaron sus tardes bogotanas en medio de tráfico, drogas, alcohol e inconformismo. Siempre inconformismo.
Fueron semanas sin salir de casa, sin salir de cama. Él devoraba cada minúsculo rinconcito en la mitad de sus piernas, en el piso de madera o encima de su biblioteca. Horas y gemidos, soles, estrellas, nubes y lunas, presenciaron el éxtasis de cada orgasmo. Ella, seductora como ninguna, lo toreaba con su mirada, con el juego de sus pies trepando su entrepierna y la desnudez de sus pechos que sabía lo enloquecía. Disfrutaba de la locura, del animal en el que se convertía al sujetarla con fuerza bruta por la cintura, al inclinarla violentamente sobre la mesa del comedor, agarrándola de la trenza y cabalgándola sin descanso. Él añoraba la ternura de las madrugadas que los recibía después de la pasión, en medio del frío que ambos enfrentaban, abrazados, acostados. Ella lo envolvía con sus delgados brazos, acariciaba su pelo y susurrando a su oído, cualquier verso que imaginaba.
Fueron semanas fuera de casa. Conociendo calles, pueblos, casas, personas, librerías y comidas. No importaba qué tan lejos, juntos emprendieron aventuras épicas, de suspenso y también aburridas. Cada taxi, bus, tren y uno que otro avión, llevaron sus vidas a mundos imaginarios, preciosamente realistas. Cada foto que capturaron, guarda aún incluso, la esencia de esos recuerdos.
Él y ella, fueron adrenalina.
Autor: Flaco
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